Israel, en busca de la Tierra Prometida (2024)

La tierra de miel y leche

Es difícil acotar los límites del país de los judíos si nos ceñimos a los textos sagrados. Según el Éxodo (23:31), Dios fija los límites de la Tierra Prometida “desde el mar Rojo hasta el mar de los filisteos y desde el desierto hasta el ríoÉufrates”. Así pues, Ha-Aretz ha-Muvtajat o Ard Al-Mi’ad (‘tierra de miel y leche’ en árabe), vista desde una aproximación puramente geográfica, abarca Oriente Próximo desde el canal de Suez hasta la parte occidental de Irak. También en el Génesis (15:18) encontramos esta definición cuando Yahvé le promete a Abraham: “a tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el Éufrates”. Pese a ello, en el cuarto libro del Tanaj —y del Antiguo Testamento— ya hay una acotación mucho más precisa de los límites de tan maravillosas tierras:

Cuando hayáis entrado en la tierra de Canaán, esta será la tierra que os ha de caer en herencia, y estos serán sus límites: tendréis el lado del sur desde el desierto de Zin hasta la frontera de Edom, y su límite estará en el extremo del mar Salado, hacia el oriente. Este límite os irá rodeando desde el sur hasta la subida de Acrabim, y pasará hasta Zin; se extenderá del sur a Cades-Barnea, continuará a Hasar-Adar y pasará hasta Asmón. Rodeará este límite desde Asmón hasta el torrente de Egipto y terminará en el mar. El límite occidental será el mar Grande; este límite será el límite occidental. El límite del norte será este: desde el mar Grande trazaréis una línea hasta el monte Hor. Del monte Hor trazaréis una línea hasta la entrada de Hamat, y seguirá aquel límite hasta Zedad. Seguirá luego hasta Zifrón y terminará en Hazar-Enán. Este será el límite del norte. Como límite al oriente trazaréis una línea desde Hazar-Enán hasta Sefam. Este límite bajará desde Sefam a Ribla, al oriente de Aín. Seguirá descendiendo el límite y llegará a la costa del mar de Cineret, al oriente. Después descenderá este límite al Jordán y terminará en el mar Salado: esta será vuestra tierra con los límites que la rodean.

Números34:1-12

Israel, en busca de la Tierra Prometida (1)

Sobre el mapa se aprecia claramente la diferencia: mientras que el territorio delimitado por el Génesis y el Éxodo, la Tierra Prometida abarca la totalidad del actual Israel, Jordania y Líbano, la mayor parte de Siria, la mitad de Irak, la costa oriental egipcia y el norte de Arabia Saudí, el especificado en Números nos deja tan solo con Israel, Líbano y una parte de Siria.

Ciñéndonos a términos netamente históricos, Israel fue independiente a lo largo de tres siglos, en unas fechas que oscilan entre los siglos X y VII a. C., época en la que encontramos nombres tan significativos como David o Salomón. El Reino de Israel fue una evolución del sistema confederado que mantenían las doce tribus que vivían en Palestina, las cuales eran gobernadas por los shoftim o jueces, que tuvo como primer monarca a Saúlla historiografía moderna aún debate sobre su existencia real—. Del que sí tenemos fuentes fiables es del rey David. Durante su reinado, la nación judía se acercó al ideal bíblico del Gran Israel, llegando a controlar media Siria, además de Damasco.

Pero esta época de esplendor y poder se fue con la muerte de Salomón, el vástago de David, y el país se dividió en dos reinos: el de Israel —en el norte— y el de Judá —en el sur—. Por separado, su conquista fue fácil para los diferentes imperios mesopotámicos que surgían a orillas del Tigris y el Éufrates. Asirios, babilonios y persas establecieron su dominio sobre aquellas tierras, que jamás volvieron a ser gobernadas por un monarca hebreo.

Para profundizar: “Israel y Palestina, destinados a no entenderse”, Adrián Vidales en El Orden Mundial

Sionismo

A lo largo de la Historia, muchos hebreos abandonaron Palestina y se fueron esparciendo por el mundo, conformando la diáspora judía. Europa era el continente con mayor número de israelitas, pero también había muchos en el norte de África y en las diferentes colonias europeas. La diáspora fue en muchas ocasiones víctima de persecuciones o pogromos a lo largo y ancho del Viejo Continente, destacando el Decreto de la Alhambra, donde se establecía la expulsión de todo judío del territorio español en 1492.

Tras el auge del nacionalismo en 1848, el sionismo moderno —doctrina que defiende la creación de la patria judía en Palestina— cogió fuerza con Theodor Herzl y su libro Der Judenstaat como principales pilares de esta nueva corriente. A finales del siglo XIX, muchos pueblos habían conseguido desligarse de dominios imperialistas y establecerse como naciones de pleno derecho: Italia, Alemania, Bélgica… ¿Por qué no el pueblo judío?

En 1897 se crea en Basilea la Organización Sionista Mundial (OSM), cuyo objetivo principal era el reasentamiento de judíos en Palestina, en aquella época dominada por el Imperio otomano. Los últimos años del siglo XIX fueron especialmente duros para la diáspora judía que habitaba en el Imperio ruso, con estallidos de mucha violencia en Kinishev (actual Chisinau), Odesa y otras ciudades de Polonia y Ucrania. Herzl, presidente de la OSM, quería evitar que se extendiera aquel odio antisemita por todo el continente, por lo que negoció con los británicos un plan para reasentar temporalmente al pueblo judío dentro de los límites del imperio.

El Plan Ugandés

El secretario para las colonias británico, Joseph Chamberlain, se reunió con Herzl en 1903 y le hizo una propuesta para establecer a todo aquel judío que quisiese en el África oriental británica. Chamberlain ofreció a la OSM trece mil kilómetros cuadrados en la zona de Eldoret, de donde ahora salen los famosos atletas kenianos. Pese a que no formaba parte de Uganda, por allí pasaba el ferrocarril ugandés, por lo que la oferta se conoció posteriormente como el Plan Ugandés (Uganda Scheme en inglés) —aunque Herzl lo llamaba en su diario Plan Nairobi—. El proyecto del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad, conocido en inglés como Foreign Office, para con Kenia necesitaba de muchos colonos europeos, y a principios del siglo XX aquel territorio sufría una pérdida de ciudadanos blancos en pos de otros lugares más atractivos del imperio.

En el sexto congreso de la OSM, se propuso oficialmente el plan con la condición de que ello no supusiese el abandono de la idea sionista inicial —aunque los presentes estaban concienciados que las negociaciones con los otomanos serían muy complicadas—. En 1902, el sultán había ofrecido a los hebreos tierras en Mesopotamia, Siria y Anatolia, pero nunca Palestina, por lo que esta negativa, junto con la presión ejercida por los delegados de Europa del este, hizo que se diera luz verde al estudio del proyecto.

El plan dividió a los miembros del Congreso, causando disensión los rabinos sionistas. Pese a ello, el rechazo a una independencia total al Estado judío por parte del Foreign Office acabó finalmente con este primer proyecto de hogar para los hebreos. En el séptimo congreso de la OSM, en 1905, se dio el espaldarazo final al Plan Ugandés. Sus principales defensores, los territorialistas —entre ellos, el inglés Israel Zangwill, impulsor principal, o los hermanos Rothschild— abandonaron el movimiento sionista. Zangwill dejó una frase para la posteridad: “En África habrá bestias salvajes, pero en Jerusalén hay criaturas aún más salvajes”.

Una Sion soviética

El Imperio ruso fue en su día la nación donde habitaban más judíos —en Bielorrusia, por ejemplo, eran el tercer grupo étnico—. Tras la revolución bolchevique, los rabinos fueron perseguidos y sus sinagogas y posesiones fueron expropiadas, pero tras la guerra civil hubo un intento por parte de las nuevas autoridades de eliminar el estigma del antisemitismo que había marcado el anterior régimen. En esos años, un tercio de los hebreos rusos eran lishenets, es decir, sin derecho a voto al ser considerados “enemigos del pueblo”, cosa que dificultaba el control soviético de la Zona de Asentamiento, la frontera occidental de la URSS. Para ganárselos, el Gobierno promocionó las escuelas donde se hablaba yiddish y se aceptó el asentamiento de los judíos en las granjas colectivas y las industrias del sur de Ucrania y Crimea. Se penó el antisemitismo y se les abrió las puertas de la universidad. A finales de la década de los 20, las universidades soviéticas tenían un más de un diez por ciento de alumnado hebreo.

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Pese a que el Presidium quería reubicar a la población judía en las zonas rurales del sur de Ucrania y Crimea para aumentar la producción agraria, las negativas de los comités locales y regionales obligaron a este a buscar una ubicación alternativa para reasentarlos. Finalmente, en 1928, se dio al Komzet —el comité que regulaba el asentamiento de judíos en granjas colectivas—, un pedazo de tierra virgen más allá de Siberia y Mongolia conocida como Birsko-Bidzhansky. Seis años más tarde se constituía el Óblast Autónomo Hebreo, con capital en Birobidzhan y con el yiddish como lengua oficial, imitando el sistema que había empleado el Gobierno soviético de garantizar territorios autónomos a las diferentes nacionalidades de la Unión Soviética.

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Los fríos pantanos de Birobidzhan fueron publicitados por la vasta maquinaria propagandística soviética y la utopía socialista hebrea caló en un primer momento entre los judíos pobres de la Zona de Asentamiento. Aun así, el sueño de esta gélida Tierra Prometida en el Extremo Oriente se vería truncado por la dificultad de compaginar la cultura judía, ligada intrínsecamente con la religión, y el ateísmo soviético. Cuando Stalin lanzó sus purgas, los judíos fueron uno de sus objetivos predilectos, cosa que dificultó el florecimiento del óblast. Tras la Segunda Guerra Mundial, se puso sobre la mesa Birobidzhan como posible hogar para los refugiados hebreos de Europa, pero el plan quedó totalmente eclipsado tras la creación del Estado judío en 1948.

Actualmente, menos del dos por ciento de sus cien mil habitantes son judíos, aunque el yiddish continúa siendo su idioma oficial conjuntamente con el ruso.

Deportados a Madagascar

Tras la negativa de la OMS, los territorialistas judíos continuaron su búsqueda de un pedazo de tierra donde asentar a su pueblo. Fue una organización antisemita, The Britons, la que sugirió por primera vez deportar a los judíos europeos a la isla de Madagascar. El Gobierno de la Alemania nazi tomó esta teoría junto con la del académico Paul de Lagarde con tal de reubicar a las decenas de miles de judíos que quedaban en Alemania a finales de los años 30 —en 1939, un cuarto de millón de los 437.000 hebreos alemanes ya había abandonado el país—. El ministro de Exteriores francés, Georges Bonnet, y el germano Von Ribbentrop debatieron la idea de reasentar en Madagascar a los diez mil judíos refugiados en Francia en 1938, aunque con el estallido de la guerra la idea no prosperó. Con Francia y Polonia conquistadas, fue el teniente coronel de las SS, Adolf Eichmann, el que volvió a sacar el tema con el Reichssicherheitshauptamt: Madagaskar Projekt. Eichmann utilizó documentos de la Oficina Colonial Francesa para diseñar el Proyecto Madagascar, que contemplaba la deportación de un millón de judíos anuales durante cuatro años con el objetivo de dejar Europa sin población hebrea.

Todo el plan debería sufragarse con lo sustraído a los judíos y con cualquier financiación recibida por parte de los territorialistas, que anhelaban una patria propia. En agosto de 1940, el plan fue aprobado y el diplomático Franz Rademacher fue el encargado de llevarlo a cabo. El texto obligaba a Francia a ceder Madagascar a Alemania y convertía a las SS en la organización que gobernaría la isla como un Estado policial. Los judíos jamás obtendrían la nacionalidad alemana y perderían la nacionalidad de origen, pasando a ser ciudadanos del Mandato de Madagascar.

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El plan contaba también con la flota mercante británica como su principal brazo logístico, la cual sería usada para llevar a los miles y miles de judíos a África, pero la victoria inglesa en la batalla de Inglaterra y la cancelación de la operación León Marino supusieron un duro revés para Rademacher. El poderoso Comité Judío Estadounidense (AJC por sus siglas en inglés) no tardó en pronunciarse en contra del hacinamiento del pueblo judío en la isla, advirtiendo de los peligros que suponía aceptar ese traslado.

Sin el apoyo de los judíos norteamericanos y con las dificultades logísticas que suponía, el plan fue abandonado en favor de la creación del gueto de Varsovia y la Solución Final.

Una isla hebrea en el Ártico

Harold L. Ickes, secretario del Interior de la Administración Roosevelt, también quiso aportar su grano de arena a la cuestión judía ofreciendo la remota isla de Baranof para la creación de un Estado judío. Dos semanas después de la Noche de los Cristales Rotos, Ickes y el subsecretario Slattery llegaron a la misma conclusión que los territorialistas judíos de principios de siglo: era necesario encontrar un lugar donde reasentar a los refugiados judíos de Europa. Alaska, al ser un territorio y no un estado de la Unión, podría permitir sobrepasar la cuota de entrada de inmigrantes, por lo que sería un buen lugar para una tarea de tal magnitud.

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La Alaska de los años 30 era una tierra inhóspita —aún más que en la actualidad— y remota que apenas contaba con varias decenas de miles de personas. El subsecretario Slattery redactó “The Problem of the Alaskan Development”, que ponía sobre la mesa la dificultad para explotar los vastos recursos naturales del territorio debido a la baja demografía. La preocupación de Ickes por los judíos europeos y de Slattery por las posesiones estadounidenses más septentrionales parecieron solaparse a la perfección; utilizando una expresión coloquial, se mataban dos pájaros de un tiro. Dos senadores demócratas y uno republicano introdujeron el proyecto en el Congreso en 1940, pero fue rechazado. La propuesta nunca salió del Comité para Asuntos Insulares del Congreso de los Estados Unidos.

Muchos de los habitantes de aquella Alaska tampoco vieron con buenos ojos semejante proyecto. Por poner un ejemplo, el alcalde de Fairbanks comparó el plan de Slattery con la creación de una colonia penal.

Las últimas propuestas

Además de estas, hubo otras propuestas minoritarias, como la creación de un Estado judío en la Guyana Británica (actual Guyana), Kimberley (Australia) o Prusia oriental, aunque ninguna de estas consiguió el apoyo de la OSM. Tras la Segunda Guerra Mundial, los asentamientos judíos en Palestina crecieron exponencialmente y el peso demográfico de los hebreos en la región obligó a la recién creada ONU a intervenir y crear el Plan de Partición para Palestina, conocido posteriormente como la Resolución 181.

Cuando el mandato británico sobre los territorios palestinos expiró el 14 de mayo de 1948, David ben Gurión proclamó la independencia de Israel, finalizando así la centenaria búsqueda de la Tierra Prometida. Veinticuatro horas más tarde, una coalición de países árabes atacó conjuntamente el Estado de Israel, dando comienzo a una guerra que, de un modo u otro, continúa activa a día de hoy.

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